Han pasado 327 años desde que el 17 de abril de 1695 muriera contagiada de tifoidea, Sor Juana Inés de la Cruz, la poetisa mexicana que rompió con los esquemas tradicionales de la época y se enclaustró con tal de seguir su pasión por la lectura y escritura.
Rodeada en su infancia de volcanes, naturaleza y su familia; en su juventud de la corte virreinal y en su madurez del silencio de la vida monástica que acompañó sus reflexiones, la “Fénix de América” es recordada con esta información:
1.- De los tres a los ocho años vivió en la Hacienda Panoaya que en su tiempo, fue propiedad de su abuelo Pedro Ramírez de Santillana.
2.- Se escondía en la capilla de la Hacienda para leer los libros de su abuelo porque esta actividad estaba prohibida a las mujeres.
3.- Aprendió Latín en 20 lecciones.
4.- La vida matrimonial no era algo que llamara su atención, por lo que a los 19 años entró al convento de San José de las Carmelitas Descalzas. El rigor del lugar la motivó a abandonar la orden, replantear su situación y posteriormente ingresar al convento de clausura monástica de Santa Paula, en Querétaro.
5.- Se dice que tuvo una biblioteca con casi cuatro mil libros dentro de su habitación en el convento de Santa Paula.
En su libro: Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Sor Juana Inés de la Cruz refirió lo siguiente:
1.- A la profesora de su hermana, le mintió diciendo que su madre ordenaba que le enseñase a leer.
2.- Se proponía aprender algo nuevo en cierto tiempo y de no cumplirlo, se cortaba el cabello porque “no me parecería razón que estuviera vestida de cabellos la cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno”.
3.-Después de sus deberes monásticos, se dedicaba a leer y a estudiar teniendo como maestros a los libros de lógica, retórica, física, aritmética, geometría, arquitectura, historia, derecho, música, astrología y ciencia. A unas de estas materias las llamaba “estudio” y a otras “diversión” y las consideraba escalones para entender la Sagrada Teología que apreciaba como “la reina de las ciencias”.
5.- Su deseo de saber era interrumpido por distracciones ocasionadas si no por las monásticas (“Los ratos que destino a mi estudio, son los que sobran de regularidad a la comunidad, esos mismos les sobran a las otras para venirme a estorbar”), por sí misma, pues le gustaba escucharlas y conversar.
6- Decía que ella no estudiaba para escribir ni para enseñar, si no para ver si ignoraba menos.
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